Familia, estoy mejor que bien
Para todos aquellos que pensabais que en esta segunda edición viviría en cabañas y comería comida de los árboles, siento decepcionaros. Aunque en ocasiones, yo misma querría vivir así, lo cierto es que Nairobi me da lo mejor de un país desarrollado en el tema de infraestructura para vivir y trabajar, y al mismo tiempo tengo acceso a proyectos humanitarios en entornos vulnerables. Fue un poco la razón por la que decidí volver aquí en vez de a Mafinga (Tanzania), donde seguramente tendría que comenzar un negocio agrícola que, ¡eh!, aún no descartamos.
Un apartamento para despertar en cualquier capital del mundo
Actualmente alquilo una habitación en un apartamento bastante completo y con todas las facilidades. Para una mzungu como yo, que tampoco puede moverse por donde quiera, es como una especie de “zona de seguridad”. Os hago un tour:
Mi “casera” se llama Lilian Muendo. Es editora en la BBC aquí e hizo su máster en Media Management en Londres. Lo primero que me dijo cuando llegué es que me sintiera como en casa, que esto era una familia. Y tanto que lo es: no nos falta nadie.
Está Jo, su novio, que dejó su trabajo de periodista para dedicarse a su pasión: ser piloto de helicóptero. Ahora tiene que estudiar a tope para sacarse un examen teórico y se ha venido a casa para estar centrado y dedicarse exclusivamente a ello.
Valentine es la chica que trabaja en casa. Estaba estudiando para periodismo pero su padrino falleció y no tenía dinero para seguir pagando la escuela. Lilian le dio trabajo en su casa, con lo que puede ir ahorrando para volver a estudiar. Es encantadora, siempre pendiente. Todas las mañanas me espera para saber qué quiero de desayunar, a la vez que aprende cómo cocinar.
Y por último está Lucky, el gato. Lilian lo rescató de la calle pero se adaptó genial a la vida doméstica. Mi primera experiencia de convivir con un gato. No para quieto, me muerde para jugar, quiere dormir en mi cuarto y yo aún no sé si soy alérgica a su pelo. Algo me temo. Pero lo que más me preocupa es que un día la palme siendo yo la única responsable en casa: se pasa el día en los fogones, asomado a las ventanas del patio interior o al balcón de la casa… y yo sacándole de todos lados.
En conclusión, estoy bastante bien. Casi siempre tengo comida casera preparada, me lavan y planchan la ropa y el otro día comprobé que Glovo funciona bastante bien aquí, aunque lo que llegó no sabía del todo rico, debo decir. Quizás esté incluso demasiado bien.
Mi triángulo de las Bermudas
Como esta vez compagino trabajo con proyectos, quería encontrar un sitio con buena conexión donde trabajar y tener ambiente de trabajo. Y, para que veáis que aquí hay de todo, busque un espacio de Coworking y lo encontré. Se llama Nairobi Garage, tiene varias localizaciones y está bastante bien. Puedo ir 4 días a la semana a una mesa caliente y tiene café gratis. ¡Casi me siento de vuelta a WeWork!
Dependiendo de cómo me organizo la semana de trabajo, voy varios días a la Fundación Kianda, a seguir con todo lo que va saliendo. Y los viernes me los he reservado para trabajar con mujeres emprendedoras en Karuri. Sí que creo que es importante que un día lo dedique 100% a terreno, para no perder el foco de lo que hago aquí.
Y así estoy todo el día, yendo y viniendo entre el coworking, Kianda y mi casa, en Uber. Más o menos es asumible porque son 3€ el trayecto y ya contaba con eso en el presupuesto. Y ahora que tenemos la logística resuelta, espero que lo que venga a partir de ahora sea mucho contenido.
Debajo de cada piedra, una historia
“Vas a coincidir en misa con una chica que se llama Bea. Es rubia y lleva un vestido amarillo”. Si un domingo por la mañana a menos de 48h de aterrizar en Nairobi recibes ese mensaje, no sé, algo surrealista va a pasar.
Ahí estaba yo a la salida de misa buscando a Bea como si de una cita a ciegas se tratara. Bea es de Madrid y lleva en Nairobi 10 años. Con toda naturalidad a los 3 minutos de conocerme me invitó a un plan de cenar con unas voluntarias que regresaban ese mismo día de Turkana y que por la noche volaban ya a España. Traían consigo a Epuu, un niño procedente de allí que había sido adoptado por un matrimonio madrileño que todos los veranos regresa para no perder relación con sus raíces. La cosa tiene mérito, pero más cuando te dicen que Epuu tiene parálisis cerebral.
De izquierda a derecha: Carmina, Maru, Thuraida (amigo de Bea), Bea, yo y Epuu
Durante la cena descubríamos las historias personales de Carmina, de Valencia, y Maru, de Pamplona. Habían pasado 3 semanas de voluntariado en un proyecto de una chica española que empezó con los Misioneros de San Pablo, y volvían muy emocionadas, aunque creo que aún no muy conscientes de todo lo vivido. Lo de Epuu también es otra historia: habla varios idiomas, es muy divertido y bastante responsable con sus cosas y su situación. Y sobre todo valiente, pues viaja cada año con el voluntario de turno que vaya al proyecto, en un viaje de muchas horas y alguna escala que no debe ser nada cómodo. Todo por reencontrarse con sus padres biológicos y su comunidad. Los 3 habían hecho un viaje de 8h en coche por carretera sin asfaltar + avión desde Turkana a Nairobi, y aún les quedaba el vuelo más largo. Y, a pesar del cansancio, no podían borrar la sonrisa de su cara.
Es la magia de este sitio, que conoces a gente con mucha facilidad, pero sobre todo es gente con historias bastante pintorescas, que suelen incluir una experiencia personal, proyectos y sobre todo ese punto que les mueve de lo social y la cultura africana. Ojalá sean muchos más los que pueda conocer, y también los que puedan venir a vivirlo.